LOS HOMBRES DE LA MONTAÑA
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¡Qué alguien me diga que el cañaveral no sufre! Ahora, por ejemplo, vuelvo a sentir la irresistible reverberancia y el calor después de la candela para que las mochas me caigan en pandilla y ¡zaz! En un abrir y cerrar de ojos me pelan al moñito, me entongan y pa’l central. Y eso no es lo mejor. Mira, ese viejito, Paulino Santos Martínez, con 88 años en la espalda me sigue desafiando. Oiga, y es de bronca entera. Si la memoria no me falla fue con 12 años que le entré derecho por vez primera al plantón. Parece que a tanta insistencia el viejo se cansó y nos dio permiso a mi hermano Normando y a mí para probar suerte con el “quimbo” en las manos, en el mismitico Claudio, en una colonia del central Vitoria.¡Qué tiempo aquel! El ciento de arrobas cortá y alzá a mano era a 15 centavos. El dueño era un isleño, Juan Rodríguez. Ni hablar, te contaré ahoritica mismo.Mira, ya se me perdió la cuenta de las veces que con su jolongo de machetero Paulino me ha deja’o pelonguito. Cada vez que coge un tajo me erizo porque no me deja ni respirar. Lo mismo le ha sucedido a otros cañaverales donde el “ocambo” ha supera’o con creces esa diminuta estatura. Déjalo que te cuente. Yo he si’o un andarín en estos trajines. He da’o machete desde Cabaiguán, Florida y Punta Alegre, hasta to’a la zona esta de Meneses, la Marianita, Bamburanao. En 1981 me jubilé, cuando cortaba para el central Máximo Gómez. Pero como que la casa tenía pica pica y me dije: viejuco, si te sientas te mueres. Y armé otra vez el equipaje con mocha nueva.Compadre, y qué difícil. ¿El trabajo?. No hombre, eso es pan comi’o.
Es eso de la regañadera y el teque de to’ el mundo. No sé pa’ qué si la familia to’ita sabe que no soy hombre de sentadera. Lo mío es trabajo duro, pa’ sudar bien. Total. Mira, si yo ni me maltrato, tengo mi pasito y es ahí, tumba que tumba, sin apuro. Ellos lo saben; me alimento bien, descanso y algún “ronazo” de vez en cuando pa’ cuquear la sangre. Pero con límite. Con esta son 63 zafras. ¡Que venga caña! Vez lo que te dije. Déjalo hablar. A él eso le encanta. Pero te confesaré algo porque difícilmente Paulino te comente.
Con esa bola de años, las canas y su figura el viejito no es segundo de nadie. Como dice el refrán, lento, pero aplastante. Y que vengan soles bravos y to’a esa bejuquera, tiznadera, piedras, lo que sea. Oiga reportero, ni yo, este cañaveral donde él ha tumba’o en tantas zafras, entiendo cómo puede ser tan bravo este veterano. Hay veces que me lo pregunto y no encuentro respuesta rápida. Pero repaso el almanaque y … ¡Claro compadre! No tiene secreteo. Es la constancia, la persistencia. Mira, cuando muchachón y algo más para acá tumbaba facilito unas 500 arrobas en cada día y no me recuerdo resollando por la cansera. Hoy pico entre 250 y 300. Nada de carreras, los había más largos y yo les decía: arriba corran que los alcanzo.
Cuando yo botaba el tajo me empinaba el porrón, le daba un rasca’ito a la mocha y pa’l cañaveral de nuevo. Y ellos senta’os en la guardarraya, cogiendo un recesito con tanta juventud. Si les caigo detrás no duro na’. ¡Ni una vez me he da’o una heridita así, de este tamañito! Yo pienso en la casualida’, pero que va. Soy muy cuidadoso y como no tengo apurillo eso me ha ayuda’o. ¿Tú entiendes a la gente? Pues bien, yo tampoco. Se me perdió la cuenta de los que me ven y se alarman. Siempre dicen: ¡que me agarre! Yo me sonrío y les contesto: señores, el trabajo no mata a nadie. Malo es no tener salú. ¿Enfermarme? No mi’jo, que yo me acuerde nunca.
Hace como 10 años me operaron una hernia, pero hasta ahí. Ni un catarrito de esos; soy un trinquete, y de lucha, ponlo ahí.Mira, nadie como un cañaveral pa’ enterarse de cosas. Cuando Paulino y Normando eran muchachotes, allá por 1943, en Centeno, llegan al campo a trabajar. Era lunes y no llevaron desayuno. Después de sudar la gorda Paulino convence al hermano, cortan unas cañitas, se las comen y hasta las cáscaras entierran. Pero el cogollo lo pararon en medio del plantón. Parece que con el solazo se marchitaron las hojas. Cuando llegaron al otro día el segundo mayoral les gritó: ¡ustedes dos, ni peguen, están despedí’os! Oiga, vota’os por unas cañitas.
De aquellos tiempos no quiero ni acordarme; ¡qué abuso!. Te sacaban el jugo. Mira, nosotros éramos de Jicotea, ahí, cerquitica de Racho Chico, los viejos y 10 hijos. Papá tuvo que hacer maravillas para criarnos. Los 6 hermanos varones desde niños tuvimos que halar una mocha espesa. Después del 59 y hasta hoy es distinto. Hasta los cumpleaños me celebran. La gente me cuida, me quieren, y no creas, de vez en cuando alguien dice: Paulino, suelta el “corvillo” ya, viejo. De eso nada, le respondo. Yo estoy de pelea y en la próxima zafra que venga mi mocha; yo les voy a enseñar a ustedes lo que es picar cañas con 88 años en las costillas. script src="http://www.google-analytics.com/urchin.js" type="text/javascript">
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Las lomas de Cambao y Seibabo lo conocen de memoria, por el tanto ir y venir "cazando" abejas para hacer unas colmenitas. De sus inicios como apicultor amateur recuerda las encendidas que le daban los enjambres cuando intentaba encerrarlos en una caja.Pero nada le quitó el sueño. Ni el ardor de los aguijonazos en cierta mañana de verano, hace más de 15 años, cuando se envalentonó e intentó domar aquel puñado de melíferas españolas que componían panal en el tronco de un bienvestido.
"Entonces no conocía el oficio, pero fui leyendo cuanto libro de apicultura caía en mis manos, busqué consejos de los colmeneros más experimentados y aprendí de cada novatada."Decían en el barrio que yo estaba loco. Yo trabajo en el taller de maquinaria de una cooperativa cañera, y cuando terminaba la jornada cogía el monte a buscar enjambres. En 1986 tuve mis primeras colmenas y mientras más conocía, más se me abrían los caminos."Del monte pasó al patio de la casa. En una pequeña carpintería comenzó a fabricar sus propias cajas y todo lo necesario para el apiario que crecía ante los ojos de la familia y los vecinos.
"En 1990 logré mi primer contrato, después de ganar un gran pleito contra las ambiciones de algunos que no admitían mis colmenas en esta zona de Cambao, donde espacio sobraba. Pero convencí a todos de que se estaba perdiendo miel y se resolvió el problema."Hoy tengo 85 colmenas en tres apiarios y sigo creciendo. Además de producir miel, me desvivo por el propóleo, a pesar de que en su extracción las abejas te acaban a picadas las yemas de los dedos." Eliseo Herrera Mangano sacude su memoria. Habla de desvelos, madrugadas, de intenso ajetreo y de los resultados que lo comprometen."Mi batalla es, primero, por los altos rendimientos. Del 2000 a la fecha logro más de 100 kilogramos por colmena y trabajo por más.
"Eso lleva muchos poquitos; poner la lámina para la cría y producción cuando la lleva, instalar la media alza y castrar todos los meses. La cámara de cría tiene que ser nueva y a la Reina la reviso constantemente, y la cambio cuando la veo floja ."Si te demoras en todas estas cosas se debilita la colmena, pierdes abejas obreras, las crías, la miel y todo lo demás. Por eso, el buen colmenero tiene que olvidarse de fiestas, días feriados y de mucho descanso. En un apiario hay trabajo para estar ocupado todo el tiempo."Muchos hablan de que ganas mucho dinero, pero sólo nosotros sabemos cuánto cuesta enderezar la producción y la economía. Más que los resultados, me interesa la calidad de las producciones. Yo no soporto que me llamen la atención. Nos exigen, pero nos atienden y nos buscan cuanto necesitamos para trabajar.
"Su familia no está ajena a los quehaceres en el colmenar. Con 13 años, su hijo Yunier hace de todo y un hermano lo ayuda. La esposa y la hija también apoyan."Eso, más los resultados, significan un serio compromiso. Como colmenero me quedan cosas por hacer y aprender. Pretendo llegar a 100 colmenas y dedicarme solamente a la apicultura. Ya Eliseo Herrera Mangano no es un simple cazador de abejas." script src="http://www.google-analytics.com/urchin.js" type="text/javascript">
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Los hombres necesitan quien les mueva a menudo la compasión en el pecho y las lágrimas en los ojos y les haga el supremo bien de hacerlos generosos.
José Martí
El aula padece el mayor de los silencios cuando su verbo desanda las fronteras de los espacios y del tiempo. Las palabras arman un conmovedor canto homérico; la oralidad es la mejor de sus armas para desentrañar historias, enseñar, convencer, guiar. Sucede que el auditorio siempre se conmueve, desde aquel lejano 1961, empeñado en la Campaña de Alfabetización, o un año más tarde, cuando con sólo 17 años el Magisterio lo envolvió allá por las montañas del Escambray, en la escuelita de Manaca Ranzola, hasta los días de hoy. Desde su colegio en la CPA Juan González, Domingo Luis Díaz González sigue siendo, con sus más de seis décadas de vida, el maestro de maestros con la deferencia de llevar siempre de la mano la grandiosa obra de Martí, preñada de enseñanzas.
¿Por qué en su labor como educador persevera la obra de nuestro Héroe Nacional?
Es el paradigma mayor dentro de la carrera magisterial. Cuando lo lees, lo estudias, su verbo te atrapa, cautiva. No hay un párrafo de sus obras sin enseñanza, la persuasión es permanente y representa el ejemplo, algo que el maestro debe emplear en su carrera. Es asombroso cómo sus obras para los infantes dejan ver la inigualable fuerza de las ideas, presente en cada pasaje, hable de historia, de naturaleza, de amores, amistades, de ciencia, de la humanidad misma. Conozco la inmensa capacidad de los niños para aprender de Martí y eso lo aprovecho bien en mi afán de la enseñanza. Mas, hay que saber cómo llevarlo, como enseñarlo para que el niño lo sienta, se estremezca. Cuando eso sucede Martí prende.
¿Entonces le atribuye la excepcional virtud de lo imprescindible, desde su perspectiva pedagógica?
Ser maestro va mucho más allá de la enseñanza de las Matemáticas, las Ciencias, la Lengua Española, la Literatura. El maestro debe ser capaz de llenar los vacíos que la familia no puede en el sendero hacia la formación de un hombre nuevo, diestro en el pensar. Cada vez que me enfrento en un aula a un grupo nuevo aparecen también nuevas necesidades y tú necesitas conocer cómo cubrirlas. Eso no se enseña en la Pedagogía, pero en Martí encontrarás los caminos.
Su quehacer en el magisterio se distingue por una vinculación permanente con el mundo del arte, ¿cuáles son las razones?
Para enseñar la creación es la principal de las armas, pues te ofrece todas las herramientas necesarias. Pero, sobre todo, te alimenta la imprescindible espiritualidad y la sensibilidad. La Educación Artística me reveló capacidades e inclinaciones que estuvieron escondidas en mí durante mucho tiempo y aprendí que lo mismo les sucede a mis alumnos y puede también ocurrirles a sus hermanos, padres y vecinos. La experiencia práctica me lo ha demostrado en cada una de las actividades que desarrollamos con la comunidad y sus instituciones, organismos, con la familia de los niños y en todas Martí llega y enseña. Siempre he sido maestro rural y prefiero, en el plano pedagógico, trabajar con quienes más urgidos están de experiencias en la profesión. Ambas cosas exigen un sacrificio sin límites pero me satisfacen como nada.
Por naturaleza envejecer trae aparejado situaciones difíciles; sin embargo, dicen sus compañeros y amigos que en usted la vida es diferente.
Mira, sufrí mucho cuando cumplí los 59, hasta tengo una colección de versos de esos malos ratos, pero decidí quedarme en el aula. Trabajar con niños espanta los disgustos propios de la adultez avanzada, pero, además, no he llegado a viejo y me siento en plenitud de facultades. Entonces no puedo dejar de enseñar y de aprender. Tengo 61 abriles y vencí el primer año de la maestría en Ciencias de la Educación. ¡Cómo me quedan reservas vivas! Ahora estoy mucho más seguro de que no nací para otra cosa. El maestro tiene que estar convencido de que es la figura más importante dentro de la sociedad, somos quienes fabricamos y moldeamos a los hombres que necesita la Revolución. Hasta que deje de respirar, mi vida entera será el Magisterio. Nota: En su decursar por el Magisterio Domingo Luis Díaz González ha ganado 15 premios nacionales en Talleres Martianos y otros eventos de Pedagogía. Ostenta la distinción Rafael María de Mendive, medallas Jesús Menéndez, Lázaro Peña, 40 Aniversario de las FAR y las de la Campaña de Alfabetización. Fue ganador el pasado año del Concurso Nacional José de la Luz y Caballero y acreedor del Premio del Ministro.script src="http://www.google-analytics.com/urchin.js" type="text/javascript">
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El pincel acaricia suavemente el lienzo. Cada movimiento da vida a un rostro humano. Una y otra vez los ojos del muchacho escrutan la silueta recién nacida; busca detalles, retoca colores, incorpora fantasías al ambiente. Su imaginación es ahora semblante, perfil brusco, mirada tierna, sonrisa escondida. Es símbolo, verso libre.Y es que Yaniel Santos Rodríguez, con apenas 19 años de edad, milita en las filas de los buenos prospectos de las artes plásticas espirituanas.
¿El hijo del padre o el pincel en la sangre?
“Desde que pude distinguir siluetas con mis ojos de niño casi recién nacido la imagen constante ha sido la de mi padre, Julio Santos Fleites, desandando lienzos con pinceles y armando paisajes a veces inimaginables. Es como uno de mis genes, la pintura la llevo en la sangre y quizás por ello desde mi infancia emborroné cuanto papel caía en mis manos, tratando de armar cualquier obra.
“Pero es en noveno grado, cuando hago las pruebas para la Escuela de Instructores, que me decidido por la plástica, pues la música siempre me atrajo gracias a mi abuelo Julio Santos, el hacedor de guitarras y con alguna noción sobre el instrumento. Allí me fui permeando de conocimientos imprescindibles, me fui armando mucho mejor para pintar; mas, es innegable cuán importante es aún la experiencia de mi padre, sus conocimientos y sobre todo el taller que siempre ha sido mi propia casa”.
¿Cómo has logrado evadir hasta ahora la fuerza de la paisajística de tu padre en tu obra, distinguida por los retratos?
“Es curioso, pero ha sido algo muy natural. Mi temática preferida ha sido siempre la figura humana con sus matices, sin exagerarla, al retrato busco siempre la forma de incorporarle un ambiente raramente integrado al paisaje. “No quiero ni voy a encasillarme; estudio, estoy al tanto de las novedades y he compartido con mi papá posibilidades de explorar otras líneas temáticas, incluida la paisajística que es su fuerte”.Ahora tendrás la responsabilidad de enseñar y el tiempo para la creación se achica.
¿No te preocupa esa disyuntiva?
''De ninguna manera, voy a estar vinculado a una escuela primaria y tendré la posibilidad de moldear a niños con vocación, con talento y de alguna manera eso me va a alimentar. El trabajo podrá ser intenso, pero para mí la creación es vital, yo apenas descanso; ahora estoy terminando el Servicio Militar y cuando vengo de pase voy directo al taller, donde siempre hay cosas por hacer.
Siempre le he dedicado mucho tiempo a pintar, no es hábito, es una necesidad espiritual, es algo de lo que no puedo despegarme y eso me satisface''.
“Tener el viejo cerca me inspira mucha confianza, siempre compartimos criterios, opiniones; es un crítico extraordinario y eso aporta muchas enseñanzas. A su vez él también practica la docencia y sin dudas tendré a mano sus experiencias”.
Con 19 años el palmarés de Yaniel Santos Rodríguez incluye tres exposiciones personales, mención en El Salón de la Ciudad de la Galería de Arte Oscar Fernández Morera, de Sancti Spíritus, premio en el Concurso Territorial de las FAR y obras suyas han sido expuestas como parte de una muestra en Expocuba y otros eventos en la capital cubana. Dedicación es su secreto.script src="http://www.google-analytics.com/urchin.js" type="text/javascript">
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¿Maestro, usted es familia de Martí?
La interrogante de Fernando sorprende al maestro. Entonces el silencio, debajo de la Ceiba, a la entrada del aula. Y los pupitres ocupados, la Aritmética invade espacios, la Ortografía, la Cívica y en la fonda de al lado, los obreros del central Narcisa, lelos, ensimismados, olvidan el almuerzo y quisieran penetrar a través de la pared, sentarse en un pupitre y disfrutar la sabiduría de aquel cubano, de guayabera impecable, de verbo suave y certero. Pedro vuelve al asombro tras el trazo perfecto que el maestro hizo de una circunferencia sin semicírculo. Orestes, Pablo y Ñiquito también se admiran y ya no esconden las penas de sus pies descalzos. Es por aquello de las fuerzas telúricas, que te entran por la planta de los pies y te ayudan al conocimiento.
Delsa aprieta bien fuerte la bandera en el lado izquierdo del pecho, Coralia, Marianito y Coco vuelven a entonar aquel canto de la esperanza y el querer. En la huerta, Fernando cuida de coles y lechugas, y Rosita y Mariíta ya sueñan con la expedición a la playa de Carbó, a ver el puerto y el barco. En la pizarra reza “Año 89 de Martí”. La historia se repite y ahora son los nietos de aquellos alumnos quienes desandan la Ceiba, arrinconan tras la puerta sus zapatos y llevan flores al Martí que hay en medio del aula.
Al lado del pizarrón, rodeado de nuevos instrumentos para enseñar, Raúl Ferrer vuelve sobre la historia de los aborígenes, después los esclavos y se anima con anécdotas de Céspedes, de Maceo. Ahora son Gerardo, Berta, Daniel, Mercedes, Aracelys, y serán mañana Luisito, Rachel, Dayana y también Onelio. La Ceiba como testigo, los recuerdos vivos como el incentivo. En el central Narcisa hasta el vapor lo presiente. De Raúl, lo de enseñar queda, como la frescura del aire del amanecer, allí, al pie del ingenio y bajo la sombra de la Ceiba.script src="http://www.google-analytics.com/urchin.js" type="text/javascript">
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