EL HECHIZO DE LA REDACCION
Podrá borrarse de mi memoria cualquiera de los hechos que me acompañaron desde mis inicios en el estudio de Periodismo, allá en la cálida Santiago de Cuba, y los que se sucedieron después, cuando comencé a ejercer la profesión. Sin embargo, nunca podré desprenderme de aquél, mi primer susto interior, en funciones editoriales, en momentos en que apenas gateábamos en el mundo de la noticia. "No más de 20 líneas y una buena foto para primera es lo que necesito. El cierre de la edición espera por ti." Así, clara, directa y sintética fue la orientación de la entonces Jefa de Redacción. Yo, que apenas había vencido la teoría de mi primer curso de la especialidad y estaba fresquito como una lechuga en los ajetreos de las prácticas de producción, tenía una única opción: hacer el trabajo. Aunque han pasado unos 17 años desde aquel momento, recuerdo todo de aquel susto. Amengual, con su experiencia y cámara en ristre, obedecía a las sugerencias para la foto, mientras que el aprendiz recopilaba toda la información posible. Después, el frío de la Redacción, más por tensión que por el clima, y aquella máquina de escribir y la cuartilla en el rodillo, presta a recibir las primeras letras, y el borrador ausente, porque la premura editorial no admitía pérdida de tiempo. En escasos segundos retorné a mi facultad de Artes y Letras de la Universidad de Oriente, y recorrí la lección teórica sobre redacción de noticias, y los consejos de Manuel Echevarría, periodista de excelente pluma y tutor de turno. Hoy, cuando frente a la computadora armo un reportaje, perfilo una entrevista y trato de humanizar el rudo quehacer de los hombres en la agricultura, agradezco la suerte de escuela que para mí significó el periódico Escambray. Suerte de escuela que ha continuado abierta y donde prima la voluntad, para que los aprendices del oficio puedan cuanto antes fajarse al duro con la noticia.
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