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Oscar Alfonso Sosa

MEMORIAS DE UN SAMURAI

MEMORIAS DE UN SAMURAI

¡Qué alguien me diga que el cañaveral no sufre! Ahora, por ejemplo, vuelvo a sentir la irresistible reverberancia y el calor después de la candela para que las mochas me caigan en pandilla y ¡zaz! En un abrir y cerrar de ojos me pelan al moñito, me entongan y pa’l central. Y eso no es lo mejor. Mira, ese viejito, Paulino Santos Martínez, con 88 años en la espalda me sigue desafiando. Oiga, y es de bronca entera. Si la memoria no me falla fue con 12 años que le entré derecho por vez primera al plantón. Parece que a tanta insistencia el viejo se cansó y nos dio permiso a mi hermano Normando y a mí para probar suerte con el “quimbo” en las manos, en el mismitico Claudio, en una colonia del central Vitoria.¡Qué tiempo aquel! El ciento de arrobas cortá y alzá a mano era a 15 centavos. El dueño era un isleño, Juan Rodríguez. Ni hablar, te contaré ahoritica mismo.Mira, ya se me perdió la cuenta de las veces que con su jolongo  de machetero Paulino me ha deja’o pelonguito. Cada vez que coge un tajo me erizo porque no me deja ni respirar. Lo mismo le ha sucedido a otros cañaverales donde el “ocambo” ha supera’o con creces esa diminuta estatura. Déjalo que te cuente. Yo he si’o un andarín en estos trajines. He da’o machete desde Cabaiguán, Florida y Punta Alegre, hasta to’a la zona esta de Meneses, la Marianita, Bamburanao. En 1981 me jubilé, cuando cortaba para el central Máximo Gómez. Pero como que la casa tenía pica pica y me dije: viejuco, si te sientas te mueres. Y armé otra vez el equipaje con mocha nueva.Compadre, y qué difícil. ¿El trabajo?. No hombre, eso es pan comi’o.

Es eso de la regañadera y el teque de to’ el mundo. No sé pa’ qué si la familia to’ita sabe que no soy hombre de sentadera. Lo mío es trabajo duro, pa’ sudar bien. Total. Mira, si yo ni me maltrato, tengo mi pasito y es ahí, tumba que tumba, sin apuro. Ellos lo saben; me alimento bien, descanso y algún “ronazo” de vez en cuando pa’ cuquear la sangre. Pero con límite. Con esta son 63 zafras. ¡Que venga caña! Vez lo que te dije. Déjalo hablar. A él eso le encanta. Pero te confesaré algo porque difícilmente Paulino te comente.

Con esa bola de años, las canas y su figura el viejito no es segundo de nadie. Como dice el refrán, lento, pero aplastante. Y que vengan soles bravos y to’a esa bejuquera, tiznadera, piedras, lo que sea. Oiga reportero, ni yo, este cañaveral donde él ha tumba’o  en tantas zafras,  entiendo cómo puede ser tan bravo este veterano. Hay veces que me lo pregunto y no encuentro respuesta rápida. Pero repaso el almanaque y … ¡Claro compadre! No tiene secreteo. Es la constancia, la persistencia. Mira, cuando muchachón y algo más para acá tumbaba facilito unas 500 arrobas en cada día y no me recuerdo resollando por la cansera. Hoy pico entre 250 y 300. Nada de carreras, los había más largos y yo les decía: arriba corran que los alcanzo.

 Cuando yo botaba el tajo me empinaba el porrón, le daba un rasca’ito a la mocha y pa’l cañaveral de nuevo. Y ellos senta’os en la guardarraya, cogiendo un recesito con tanta juventud. Si les caigo detrás no duro na’. ¡Ni una vez me he da’o una heridita así, de este tamañito! Yo pienso en la casualida’, pero que va. Soy muy cuidadoso y como no tengo apurillo eso me ha ayuda’o. ¿Tú entiendes a la gente?  Pues bien, yo tampoco. Se me perdió la cuenta de los que me ven y  se alarman. Siempre dicen: ¡que me agarre! Yo me sonrío y les contesto: señores, el trabajo no mata a nadie. Malo es no tener salú. ¿Enfermarme? No mi’jo, que yo me acuerde nunca.

Hace como 10 años me operaron una hernia, pero hasta ahí. Ni un catarrito de esos; soy un trinquete, y de lucha, ponlo ahí.Mira, nadie como un cañaveral pa’ enterarse de cosas. Cuando Paulino y Normando eran muchachotes, allá por 1943, en Centeno, llegan al campo a trabajar. Era lunes y no llevaron desayuno. Después de sudar la gorda Paulino convence al hermano, cortan unas cañitas, se las comen y hasta las cáscaras entierran. Pero el cogollo lo pararon en medio del plantón. Parece que con el solazo se marchitaron las hojas. Cuando llegaron al otro día el segundo mayoral les gritó: ¡ustedes dos, ni peguen, están despedí’os! Oiga, vota’os por unas cañitas.

De aquellos tiempos no quiero ni acordarme; ¡qué abuso!. Te sacaban el jugo. Mira, nosotros éramos de Jicotea, ahí, cerquitica de Racho Chico, los viejos y 10 hijos. Papá tuvo que hacer maravillas para criarnos. Los 6 hermanos varones desde niños tuvimos que halar una mocha espesa. Después del 59 y hasta hoy es distinto. Hasta los cumpleaños me celebran. La gente me cuida, me quieren, y no creas, de vez en cuando alguien dice: Paulino, suelta el “corvillo” ya, viejo. De eso nada, le respondo. Yo estoy de pelea y en la próxima zafra que venga mi mocha; yo les voy a enseñar a ustedes lo que es picar cañas con 88 años en las costillas.     script src="http://www.google-analytics.com/urchin.js" type="text/javascript">
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