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Oscar Alfonso Sosa

LOS MISTERIOS DE LA FINCA SAN JOSE

LOS MISTERIOS DE LA FINCA SAN JOSE  La finca es un placer. Desde que asomas a ella te despabilan los olores a mamoncillo, piña criolla, mangos y otras delicias. La arboleda regala sombras espesas y frescas, aún en medio del cálido verano. Cada elemento que la compone semeja un cuidadoso dibujo de arquitecto.  Todo está bien dispuesto, desde la añeja bomba manual de agua hasta la excelsa casa de tabaco. Nada de espacios libres. Cada palmo de tierra revela una función y hasta los animales que allí conviven manifiestan hábitos de vida diferentes, como guiados por costumbres marcadas por una intención determinada. Mientras más repaso con mis ojos y hasta con las manos el predio, más me convenzo de que disfruto la obra creada por una cuidadosa y respetada herencia de tradiciones campesinas. “Hace más de un siglo que este conuco, así, como lo ves, le ha dado vida a varias generaciones de la familia, me aclara rápidamente Pablo Torres, un guajiro curtido por el sol y el sudor del surco y dueño de una sabiduría envidiable para cualquier científico agropecuario. “De mi padre aprendí lo que el abuelo practicaba con una devoción increíble: utilizar los recursos que la propia naturaleza nos regala a la sazón del campo para alimentar la tierra. Aquí, en la finca San José, desde que mis antepasados comenzaron a tejer su historia campesina, no se sabe qué es quemar hojas secas o restos de cosecha, maltratar el suelo, desperdiciar las heces de animales y en su lugar usar desmedidamente los químicos para abonar. “Hay quienes me dicen que estoy ceñido a una tradición poco ventajosa pero cuando llegan a estos predios y constatan cuanto aquí se logra no les queda más remedio que callar, y por suerte, interesarse en practicar nuestras experiencias. Y te hablo del fruto del Nim macerado como plaguicida, o de plantas utilizadas como abonos verdes y hasta de las bondades del guano del murciélago y el humus de lombriz para fertilizar”. ¿Es entonces la práctica agroecológica un arte de familia? “Siempre, aunque mis abuelos no sabían de esta denominación. Pero lo más importante es que desde hace más de una centuria la tierra se ha trabajado bajo los principios de sostenibilidad, como le llaman hoy. Quizás por eso te encuentres en la finca una biodiversidad tan amplia. A mis antepasados les faltó escuela pero les sobró la inteligencia natural del buen guajiro, una herencia presente todavía. “Tú no puedes pensar en prósperas cosechas si hieres el medio ambiente porque a la larga ese propio medio te pasa la cuenta y viene la improductividad, las plagas, las enfermedades del suelo, en fin, el desastre, que no es cuento, es real y sucede hoy en nuestros campos. Te hablo de campesinos pero también de entidades estatales. “No siempre cuanto nace en la tierra tiene que ser consumido de inmediato. Por ejemplo, aquí vive un cedro caracolillo de más de medio siglo. Nunca hemos pensado talarlo pues preferimos tenerlo como ‘padre de familia’, regalando semillas para extender la especie. Si destruyes toda la maleza dejas sin hospedero a muchos insectos que te ayudan a combatir plagas”. ¿Cómo se han revertido en la producción estas prácticas? “Mira, cuando se trabaja de esta manera los resultados vienen solitos. Mis producciones crecen. Hoy, con la experiencia heredada más lo aprendido pues soy un enamorado de la ciencia y la técnica, logro más de 60 productos alimenticios en la finca y mucha materia natural para, a partir de las prácticas agroecológicas, dar mayor vida y utilidad al suelo. “Te revelo un secreto. Yo nada sabía de asociaciones de cultivos. Cuando escucho la terminología me interesó y lo estudié, vi experiencias de otros campesinos y eso es una maravilla. Y así te hablo de la elaboración y uso del compost, de la efectividad de las barreras vivas, de la flor de muerto y de la crotalaria. Pero tan importante como estas prácticas es la actitud de la familia. En casa todos saben y hacen agroecología”. ¿Algunos exponen que la agroecología tiene vida limitada? “Esos no saben lo que dicen. Cada finca es un laboratorio de donde nacen cosas nuevas, experiencias maravillosas. Cuando se juntan son inimaginables las posibilidades. Por ejemplo, un buen guajiro, practicante de la agroecología, se va a quejar muy poco de la sequía. ¿Sabes por qué?  Porque ha preparado a sus suelos para enfrentarla.  “Muchas son las enseñanzas. Yo creo que estamos comenzando y hay un mundo mayor por descubrir, por eso me empecino en enseñar lo mío, lo del vecino, lo de otros campesinos con novedades para trasmitir. Ser promotor es una dicha. La tierra no admite egoísmos para su cultivo. Me sobran fuerzas para seguir ese camino; esas se me multiplican cuando veo que hijos y nietos siguen la centenaria tradición familiar”.script src="http://www.google-analytics.com/urchin.js" type="text/javascript">
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