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Oscar Alfonso Sosa

EL SUSURRO DEL BARRACÓN

EL SUSURRO DEL BARRACÓN

Cada ruina guarda un susurro, cada habitación encierra misterios y secretos, conspiraciones cimarronas. No escapan las huellas del grillete; aún se escuchan los pasos del mayoral, el ladrar de los perros, la triste sinfonía del látigo. Los olores del sudor de cada jornada, rastros de sangre africana y casi apagados cantos yorubas están todavía impregnados en las paredes de piedra de cantería, arena, cocoa y cal.  

El barracón se estremece al paso de cada día. Las horas marcan hoy huellas visibles que hablan por sí solas, pero sucede que se desgastan, no soportan el paso del tiempo, olvidadas, casi ajenas. A ciencia cierta nadie conoce cuántas historias quedan encerradas, cuántos misterios se esconden entre las paredes que un día dieron cobija a la negrada africana, quienes más con su vida que con sus brazos potenciaron la producción de caña y azúcar hace más de 130 años. 

 GENESIS 

 El desarrollo de la agroindustria azucarera en Cuba, sobre todo a partir de la tercera década del siglo XIX, exigía de más fuerza de trabajo para las plantaciones y la industria. En los negros africanos estaba la solución a esa demanda, mas, dónde recluirlos para que allí vivieran -si de veras se le puede llamar vida a su paso por la isla- encontró respuesta en gigantescos barracones. Los construidos en los ingenios cubanos parecen haber sido únicos de su tipo, erigidos a base de piedras y una mezcla de arena, cocoa y cal.

Enormes y siniestros.  Así era también el de Belencita, en Narcisa, Yaguajay, edificado entre 1860 y 1873, con la particularidad de un patio interior, para frenar un poco la insurrección de la negrada y  que esta rindiera más en las faenas. Su situación era bien próxima al ingenio y en los altos del edificio vivían los mayorales, vigilantes y prestos a la represión contra los  rebelados. En un total de 100 cuartos se hacinaban los esclavos.  Con el paso de los años y la abolición de la esclavitud, el barracón del ingenio Belencita dio paso a diversas funciones sociales, entre ellas: bares, villar, viviendas de las familias de esclavos y algunas blancas pobres. La alternativa de hogar hoy persiste.

El patio del barracón guarda aún los pasos del Generalísimo Máximo Gómez cuando visitaba a los reconcentrados por Valeriano Weyler y uno de sus cuartos retiene la respiración, la voz y el quehacer de Onelio Jorge Cardoso. 

DESTINO 

 En el año 1966 se destruyó la parte más importante y bella del edificio para construir un cine, mientras que en sus inmediaciones, como burla a la arquitectura del inmueble, se edifican albergues de mampostería destinados a los obreros de la industria azucarera. La mayoría de las edificaciones servibles son hoy viviendas de familias y algunas oficinas y centros de servicio.  Pero el tiempo pasa y lacera lo que constituye una verdadera joya patrimonial, que nunca ha recibido un mantenimiento técnico especializado, al decir de Gerónimo Besánguiz, vicepresidente de la Delegación Municipal de Patrimonio de Yaguajay, a pesar de las gestiones para conservar a uno de los más completos barracones de esclavos que hoy sobreviven.  

De las escaseces todos sabemos, pero el tiempo ha pasado y su curso no se detiene, mas, muchos se preguntan: ¿Podrán las generaciones por venir escrutar con su mirada y palpar con sus manos tanta historia encerrada en esa joya patrimonial? Bien valdría la pena entonces salvar esa reliquia, declarada por acuerdo del Gobierno municipal monumento local.script src="http://www.google-analytics.com/urchin.js" type="text/javascript">
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